Teresa fue mi profesora de Tango preferida. Tanto que no me atreví a sustituirla por ninguna otra. Durante dos años nos intentó transmitir pacientemente la milonga lisa y a traspié. No se cómo no perdió ella la paciencia con nuestra torpeza. Su técnica se apoyaba en el profundo conocimiento de la música que practicaba y de la que vivía. Y luego, claro, su amor por el tango. Cuando te enseñaba algo lo veías desde el mismo momento en que te verbalizaba lo que tenías que hacer. Era capaz de hacerte comprender sin apenas esfuerzo y sobre todo te transmitía la emoción del baile en cada clase. Y luego, ya digo, su paciencia sin límite. Pero desde la primera vez que la vi aun sin conocerla todavía, destacó en mí su aspecto dulce, frágil, sensible. Fragilidad que luego se reveló como una fortaleza increíble. Luchó contra la adversidad con tesón, sin dar tregua al desánimo como solo una mujer es capaz de conseguir. En la familia tanguera conozco dos casos, y ambos era...
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