Cuando en marzo el coronavirus frenó bruscamente la
posibilidad de practicar la pasión que para mí, para nosotros, supone el tango,
posibilitó la percepción de lo mucho que estaba perdiendo. Aunque intuía que
como otros muchos los tangos en nuestras vidas los tenemos contados, no sentí
claramente esa ausencia hasta que la primera ola de infección hizo recluirme en
casa por tiempo indefinido. Por supuesto que el tango no llega a ser lo primero en mi vida,
lógicamente la familia, los amigos, la salud van por delante, pero sí supone la
dosis necesaria de autoestima, la ilusión de seguir viviendo en sociedad, de
practicar ejercicios físicos y psíquicos sin que supongan esfuerzo por lo
placentero que supone practicar algo que agrada, que motiva. Esa primera oleada
de incapacitación puso muy evidente lo que estaba perdiendo de una forma tan
abrupta y contundente. La primera oleada de buena suerte que había disfrutado
desde los años noventa cuando comenzamos a conocer la maravilla del baile, y a
partir del 2000 del tango específicamente había pasado por nosotros como un
hecho muy valorado y sin embargo silencioso, apenas percibido. Era el momento
de comprobar que lo de “veinte año no son nada” era completamente cierto. Sin
embargo esta interrupción forzosa también permitió aflorar ciertos sentimientos
gratificantes. Permitió manejar mejor la soledad y la compenetración familiar,
permitió practicar la esperanza y propició la lucha contra el desconsuelo y
desolación. Aprendí a valorar la espera paciente desde el paseo por la naturaleza,
la valoración de lo básico, la lectura, la simple contemplación de lo que me
rodea, la meditación.
La segunda oleada de coronavirus ahora, en pleno verano -
otoño, no por esperada y anunciada ha sido menos dolorosa. Consciente de que
esta situación ha de pasar tarde o temprano, esta ola nos hace nadar a
contracorriente. La esperanza de volver pasa por ser paciente por lo incierto
de los plazos y pone el objetivo en preservar la salud a toda costa. De nada
serviría llegar si se hiciese en malas condiciones.
Llegado aquí, sólo cabe especular con lo que supondrá para
nosotros la llegada de la segunda ola de tango. Seguramente las expectativas no
se corresponderán exactamente con la realidad cuando llegue. Los sueños de
baile desenfrenado, milongas sin fin, encuentros sin cuento, abrazos profundos,
con los que soñamos, muy probablemente llegado el momento nos harán volver a
nuestra afición con aquella filosofía de tranquilidad de Fray Luis “como
decíamos ayer…”. Aquí no pasa nada. Seguramente el placer de retomar nuestra
pasión supondrá envolver en la bruma del recuerdo los malos momentos pasados
durante muchos meses o incluso años. Ya digo, a lo bueno nos acostumbramos enseguida.
Es muy probable que en un principio los abrazos sean tímidos y que entre tanda
y tanda pasemos lista con el corazón en un puño, pidiendo por que no falte
nadie.
Naturalmente esto puede no ser así. Me equivoco a menudo en
mis apreciaciones. A lo mejor efectivamente tomamos el regreso al tango con el mismo
ímpetu con que mucha gente asaltó las
terrazas de los bares tras el primer confinamiento. En todo caso esto no
importa mucho cuando lo importante es el regreso a la normalidad.
Lo que seguramente quedará ya para siempre es el
convencimiento adquirido de que la segunda ola de tango vino tras otras dos
olas de maldición en la que hubimos de nadar a contracorriente para no perder
la esperanza.
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