En el año 2002 ya habíamos empezado a ser asiduos a la milonga del Club, en los magníficos salones del Hotel Olympia, en Alboraya. (Antes habíamos visitado un par de veces el viejo Polit). Noche tras noche cada sábado cuando ascendíamos por las escaleras desde la recepción del hotel al área de los salones, aguzábamos el oído para saber dónde se celebraba la milonga en cada ocasión. Los acordes de un tango nos dirigían con la emoción a flor de piel hacia el salón correcto, y en la milonga siempre nos recibía Carlos Gracias . No había milonga sin ese recibimiento, y pronto comprendimos que Carlos era sinónimo de tango, de pasión, de emoción. No recuerdo si fue en la primera o en la segunda, pero en alguna de las dos en todo caso, cuando Carlos comenzó a recibirnos en pie, abandonando por unos instantes su puesto de portero, con un abrazo y un beso de bienvenida a cada milonga del Club. No valía de nada que insistiéramos en que no se levantara a nuestra llegada, sobre ...